lunes, 30 de junio de 2008

Buenos Aires 1963

Recíen llegado a la terminal sale rapidamente del micro en busca de un taxi. Es un día calido, en el cielo, solo el sol y algunas nubes dispersas. Sube al taxi y dice: “a Uriburu y Tucumán por favor”. Tan pronto el taxi se detiene en el primer semáforo, él ve por la ventana la zona de retiro 42 años en el pasado.
Era su primera vez en la gran ciudad su cara de asombro se traducia en su enorme sonrisa y las ganas de bajarse del micro. En aquellos tiempos, decir me voy a la Capital para un pueblerino era sinónimo de progreso o buen estatus económico. Su padre le había dado recomendaciones básicas para el manejo en la cuidad, como que el parte del dinero lo debía guardar en un bolsillo interno y el resto, los billetes chicos, en la billetera, que tenía que contar bien el vuelto. A asi muchas otras. Al bajar en retiro notó que había perdido el papel con la dirección de la casa de sus primos y todas las indicaciones. Salió de la terminal , cruzó la calle y preguntó por la calle Pico al 3000 en todos los puestos fuera de la terminal. Nadie le supo decir con presición donde quedaba ese lugar.

Al momento que se pone el verde y el taxi avanza él saca una carpeta del bolso, entre todos los papeles encuentra el boleto de regreso. En tanto mira por la ventana del taxi, saca del bolsillo del saco un cigarrillo y lo prende, al instante su cara se relaja para volver a transportarse en el tiempo.
Lo más importante en ese momento era llegar a la casa de sus primos. Lo único que recordaba de aquellas indicaciones era que debía tomar un taxi (no el que iba a provincia ese era más caro). Había pasado ya unas horas de su llegada a la Gran Ciudad pero no sentía nada de lo que le habían prometido. En la última carta su tía, la que él había releido por lo menos diez veces, le había escrito: “es una cuidad hermosa, la gente es linda, hay muchos autos, se usa más el teléfono y no hay tantas calles de tierra como allá”. De que le servía que haya tantos autos si no tenía la dirección de su casa en el barrio de Saavedra, tampoco le importaba que se use más el telefóno si su tía todavía no tenía uno. Esa primera gran sonrisa y cara de asombro se iban transformando en preocupación. Cada vez que veia un cruze de calles se fijaba en el nombre de ellas, creia que era como en el pueblo donde ubicarse era más sencillo. Aunque intentaba no lograba recordar cuales eran las indicaciones de su padre.
El taxi se detiene en Tucumán y Av. Além. Tira la colilla por la ventana.
-¿Es su primera vez en la Capital?
-No ultimamente vengo bastante seguido, ¿por qué lo pregunta?
-Por nada, solo me parecio. Eh eh eh!, le grita el taxista al chofer de la linea 99. -¿Viste como se me cruzó? Estos colectiveros me tienen cansado, se creen que la calle es suya.
Despúes de una llovía de bocinazos el taxi continua su camino por Tucumán como si fuera algo totalmente natural. Al taxista le intriga esa tonada y piensa preguntarle y de hacho lo hace.
-¿Uds es de las tierras de carlitos?
-No, le contesta el hombre. Soy de La Rioja.
-Ah ya entendi, responde el taxista entendiendo que su chiste no le había causado gracia alguna.

Había caminado sin rumbo, cuando se dió cuanta de que se encontraba en el obelisco. Sin referencia alguna de donde tenía que ir. Haciendo memoria del papel extraviado se dió cuenta de que se había dormido y pasado del puente Saavedra (donde se debía bajar). Habían pasado más de sies horas y él todavía no sabía donde estaba. Caminando por Av Santa Fé entra a un kiosko decidido a preguntar por el barrio Saavedra y la calle Pico al 3000. Por suerte la dueña sabía donde quedaba y como llegar. Anotó cuidadosamente las nuevas indicaciones, las guardo y emprendió viaje. Antes de tomar el taxi palpo con su mano el bolsillo interno y notó que no lo tenía. Con el se habían ido todos sus ahorros y perspectivas de llegar a lo de su tía.
El avance de los autos es a paso lento. Antes de fumar otro cigarro saca del bolsillo interno izquierdo del saco la billetera. Cuenta el dinero dos o tres veces hasta asegurarse de tener lo necesario. Revisa las tarjetas de crédito y débito y luego se fija si tiene la mayor parte del dinero en el bolsillo interno del pantalón. Parece que esta todo en orden. Finalmente prende el cigarro.

-Hoy el tránsito está peor que otras veces, es que hoy es miercoles.
Ahh mira vos.
-Si, estos colectiveros me tiene harto. Para colmo piden carriles exclusivos. ¿podés creer?
-Ah mira vos, no sabía nada, le responde. Me bajo acá, ¿cuánto es?
Paga el vieje y continua caminando por Tucuman. Solo le quedan unas cuadras, unas pocas pero siempre largas cuadras. Mientras más se acerca a su nuevo destino más cerca se siente de la casa de su tía del Buenos Aires de 1963. Cada vez faltan menos pasos, menos años. Solo resta una cuadra para llegar a Pico al 3384, las calles comienzan a lucir modernas, los árboles crecen, las casas se elevan, algunas se convierten en edificios y los adoquines son tapados por una alfombra negra. Sobre Tucuman el tranvía que solía pasar solo dejó sus huellas. En la esquina ya no se encuentra la vieja casona, ahora hay un bar y sobre este un edificio. Al doblar la esquina él siente que solo restan por volver diez años o quizás menos. Las viejas veredas aún sigen allí, algunas se fuerón y otras, las más nostalgicas, quedaron sueltas. Solo le faltan dos pasos para tocar el timbre. La hora cero llegó, es en este momento cuando todo se transforma. La soledad se convierte en compañia, la aungustía deja de sentirse como un nudo en la garganta y da lugar a una eufórica alegria, la inseguridad y el desamparo se han ido para convertirse en anécdotas. Es este el momento en que Buenos Aires, se empieza a parecer a la tan leida carta de la tía.