jueves, 18 de septiembre de 2008

la Argentina crónica

Operación ja ja

Hay momentos en los que el tiempo base se detiene para dar paso a una descripción o algunas analepsis, generalmente anécdotas o datos para comprender mejor a la voz de los testimonios.

La crónica aquí es como un viaje, ella marca cada lugar por donde atraviesa. Con los justos detalles sobre el lugar para que el lector pueda identificar y luego reconstruir con facilidad cada espacio.

Reymúndes con esta crónica, a mi manera de ver, se propuso indagar ahí donde nadie nunca presta antención, y donde mejor que en las risas de televisión.

Un día en la vida de pepita la pistolera

La crónica empieza en una escena en que la hija atiende al padre. Luego sigue relantado su infancia. Esto no es casual ya que a lo largo del relato el autor se esmera en reflejar la fuerza del personaje. Claramente en el inicio se explicita el pacto tacíto de no contar lo que pueda llegar a comprometer a Margarita Di Tullio, aunque que con esa explicitación se puede llegar a deducir la postura de Alarcón.

El periodista presenta a Margarita Di Tullio como una mujer grande, rubia, de zapatillas encharoladas con plataforma, con una actitud que roza lo adolescente. Dueña o madame del Neissis II. Lo que sostiene al relato es la incertidumbre que genera el no saber el porque del apodo “pepita la pistolera” y si de alguna manera esta ligado al asesinato del camarógrafo José Luis Cabezas, del que fue declarada inocente.

El testimonio de Margarita en esta crónica es usado para reconstruir su historia. Los dialogos son pocos, el autor los utiliza en el momento en que el relato necesita alcanzar un mayor grado de versosimilitud. Al final se descubre el porque del apodo, aunque no por ello el cronista la desvincula del asesinato del periodista.

miércoles, 27 de agosto de 2008

Imagen de lo invisible



Mirando algunas fotos tomadas por un amigo, una en especial me llamo la atención. Es facíl imaginar la avenida Corrientes de día. Muchedumbre, autos y bocinazos. Pero de noche y un martes la situación es distinta. Una gran parte de dicha muchedumbre descansa, y al circular una menor cantidad de autos, los bocinazos casi no existen. En la foto sobre una de las veredas de la avenida Corrientes, se ve a un hombre con sus dos bolsas. Él esta sentado sobre un banco en la zona del Microcentro porteño. Hace mas de diez minutos se encuentra reclinado sobre sus débiles brazos, con ambas bolsas entre sus piernas. Esta foto no tiene color porque no lo necesita, de lo contrario no seria posible notar el dramatismo presente. Tampoco es necesario ver el rostro del hombre sentado, ni mucho menos su expresión para notar su tristeza, su soledad, su profunda angustia y el desarraigo de su tierra natal. Parece estar descasando para en unos minutos buscar dentro de las bolsas verdes el menú McNigth del McDonald's de Corrientes y Salta.
En un segundo plano bajo el marco de una puerta se encuentra un anciano que espera la salida de una de las chicas que se promocionan en los pequeños folletos que se encuentran en las cabinas telefónicas. Se lo ve curioso o más bien cauteloso por lo que retrasa la salida de una de sus chicas por miedo al flash.
Esta imagen del banco, el hombre y sus bolsas (su vida anterior) demuestra como los nuevos actores sociales perciben a la ciudad, como manejan sus tiempos y la manera en que sobreviven.
En un día en la vida de este hombre, la hora del almuerzo y la cena caen siempre unas horas más tarde que en la del resto. Su trabajo es cuando los demás descansan o se descuidan y sus momentos libres, bueno... y sus ratos libres, seguro en algún instante los tienen. Todas las ciudades tienen algo en común, aglomeran a miles de individuos y los ponen a andar a un mismo ritmo demasiado acelerado.
Pero esta foto detiene el tiempo y recorta el espacio, y todo aquello que aparece en la superficie de la ciudad queda relegado al segundo plano.
El plano general logrado por el fotógrafo hace posible que las sombras adquieran el rol que les corresponde. Los contrastes en la foto sólo aparecen cuando la luz se posa sobre una porción del espacio y una parte de los objetos queda expuesta, la exclusión es precisamente la parte externa del contorno donde queda delimitada la sociedad. Y tal vez, la sombra es al objeto como la indiferencia lo es al hombre. De manera que el hombre con sus bolsas deberá entender que "nunca podrá alcanzar la luz" o peor aún, que "su lugar es la sombra, sombra a la que lo ha sometido su propia sociedad". Un lugar sin luz es más que un sitio oscuro, es antes que nada un no-lugar (Bauman, Zygmunt). Las figuras en un no-lugar, no tienen lugar, son invisibles. El banco, el hombre y sus bolsas son la imagen de lo invisible.

lunes, 30 de junio de 2008

Buenos Aires 1963

Recíen llegado a la terminal sale rapidamente del micro en busca de un taxi. Es un día calido, en el cielo, solo el sol y algunas nubes dispersas. Sube al taxi y dice: “a Uriburu y Tucumán por favor”. Tan pronto el taxi se detiene en el primer semáforo, él ve por la ventana la zona de retiro 42 años en el pasado.
Era su primera vez en la gran ciudad su cara de asombro se traducia en su enorme sonrisa y las ganas de bajarse del micro. En aquellos tiempos, decir me voy a la Capital para un pueblerino era sinónimo de progreso o buen estatus económico. Su padre le había dado recomendaciones básicas para el manejo en la cuidad, como que el parte del dinero lo debía guardar en un bolsillo interno y el resto, los billetes chicos, en la billetera, que tenía que contar bien el vuelto. A asi muchas otras. Al bajar en retiro notó que había perdido el papel con la dirección de la casa de sus primos y todas las indicaciones. Salió de la terminal , cruzó la calle y preguntó por la calle Pico al 3000 en todos los puestos fuera de la terminal. Nadie le supo decir con presición donde quedaba ese lugar.

Al momento que se pone el verde y el taxi avanza él saca una carpeta del bolso, entre todos los papeles encuentra el boleto de regreso. En tanto mira por la ventana del taxi, saca del bolsillo del saco un cigarrillo y lo prende, al instante su cara se relaja para volver a transportarse en el tiempo.
Lo más importante en ese momento era llegar a la casa de sus primos. Lo único que recordaba de aquellas indicaciones era que debía tomar un taxi (no el que iba a provincia ese era más caro). Había pasado ya unas horas de su llegada a la Gran Ciudad pero no sentía nada de lo que le habían prometido. En la última carta su tía, la que él había releido por lo menos diez veces, le había escrito: “es una cuidad hermosa, la gente es linda, hay muchos autos, se usa más el teléfono y no hay tantas calles de tierra como allá”. De que le servía que haya tantos autos si no tenía la dirección de su casa en el barrio de Saavedra, tampoco le importaba que se use más el telefóno si su tía todavía no tenía uno. Esa primera gran sonrisa y cara de asombro se iban transformando en preocupación. Cada vez que veia un cruze de calles se fijaba en el nombre de ellas, creia que era como en el pueblo donde ubicarse era más sencillo. Aunque intentaba no lograba recordar cuales eran las indicaciones de su padre.
El taxi se detiene en Tucumán y Av. Além. Tira la colilla por la ventana.
-¿Es su primera vez en la Capital?
-No ultimamente vengo bastante seguido, ¿por qué lo pregunta?
-Por nada, solo me parecio. Eh eh eh!, le grita el taxista al chofer de la linea 99. -¿Viste como se me cruzó? Estos colectiveros me tienen cansado, se creen que la calle es suya.
Despúes de una llovía de bocinazos el taxi continua su camino por Tucumán como si fuera algo totalmente natural. Al taxista le intriga esa tonada y piensa preguntarle y de hacho lo hace.
-¿Uds es de las tierras de carlitos?
-No, le contesta el hombre. Soy de La Rioja.
-Ah ya entendi, responde el taxista entendiendo que su chiste no le había causado gracia alguna.

Había caminado sin rumbo, cuando se dió cuanta de que se encontraba en el obelisco. Sin referencia alguna de donde tenía que ir. Haciendo memoria del papel extraviado se dió cuenta de que se había dormido y pasado del puente Saavedra (donde se debía bajar). Habían pasado más de sies horas y él todavía no sabía donde estaba. Caminando por Av Santa Fé entra a un kiosko decidido a preguntar por el barrio Saavedra y la calle Pico al 3000. Por suerte la dueña sabía donde quedaba y como llegar. Anotó cuidadosamente las nuevas indicaciones, las guardo y emprendió viaje. Antes de tomar el taxi palpo con su mano el bolsillo interno y notó que no lo tenía. Con el se habían ido todos sus ahorros y perspectivas de llegar a lo de su tía.
El avance de los autos es a paso lento. Antes de fumar otro cigarro saca del bolsillo interno izquierdo del saco la billetera. Cuenta el dinero dos o tres veces hasta asegurarse de tener lo necesario. Revisa las tarjetas de crédito y débito y luego se fija si tiene la mayor parte del dinero en el bolsillo interno del pantalón. Parece que esta todo en orden. Finalmente prende el cigarro.

-Hoy el tránsito está peor que otras veces, es que hoy es miercoles.
Ahh mira vos.
-Si, estos colectiveros me tiene harto. Para colmo piden carriles exclusivos. ¿podés creer?
-Ah mira vos, no sabía nada, le responde. Me bajo acá, ¿cuánto es?
Paga el vieje y continua caminando por Tucuman. Solo le quedan unas cuadras, unas pocas pero siempre largas cuadras. Mientras más se acerca a su nuevo destino más cerca se siente de la casa de su tía del Buenos Aires de 1963. Cada vez faltan menos pasos, menos años. Solo resta una cuadra para llegar a Pico al 3384, las calles comienzan a lucir modernas, los árboles crecen, las casas se elevan, algunas se convierten en edificios y los adoquines son tapados por una alfombra negra. Sobre Tucuman el tranvía que solía pasar solo dejó sus huellas. En la esquina ya no se encuentra la vieja casona, ahora hay un bar y sobre este un edificio. Al doblar la esquina él siente que solo restan por volver diez años o quizás menos. Las viejas veredas aún sigen allí, algunas se fuerón y otras, las más nostalgicas, quedaron sueltas. Solo le faltan dos pasos para tocar el timbre. La hora cero llegó, es en este momento cuando todo se transforma. La soledad se convierte en compañia, la aungustía deja de sentirse como un nudo en la garganta y da lugar a una eufórica alegria, la inseguridad y el desamparo se han ido para convertirse en anécdotas. Es este el momento en que Buenos Aires, se empieza a parecer a la tan leida carta de la tía.

miércoles, 14 de mayo de 2008

crónica bafici


Pensar por Una vez

Medianoche de Sábado. Este lugar por fuera no parece un cine, o mejor dicho el tipo de cine al que estamos acostumbrados (puertas amplias, luces por donde se mire y publicidades de bebidas y comidas). Este cine solo tiene un cartel de neón rojo que dice “Cine Cosmos”, al mejor estilo de los filmes oscuros norteamericanos.

Me dirijo a la puerta, paso por la boletería y mientras subo las escaleras hasta el primer piso veo en la cartelera la película que voy a ver “Once, ¿Cuantas veces encuentras al amor de tu vida?”. ¡Ya estoy en el cine! El clima es templado acá arriba. Hay una cafetería y algún que otro sillón en los rincones. Me llama la atención la organización, no hay carteles electrónicos que indiquen las salas ni los horarios de las películas. Es lo de menos, basta con preguntar en el mostrador que se encuentra justo delante mio. Al momento que me dirijo a consultar sobre la película “Once” (en español, una vez) escucho un grito desde la otra punta de la sala. “La sala del BAFICI es la número dos, la cola esta en la otra escalera” En el mostrador no hay nadie, solo un cartel pegado en el mostrador que dice “Sala 2 únicamente BAFICI” por lo que no dudo que esa es mi sala.

El Buenos Aires Festival Internacional de Cine Independiente o BAFICI, es un festival de cine internacional que se realiza anualmente desde el año 1999, durante el mes de Abril donde se presentan más de 150 películas (nacionales y extranjeras). Este festival es organizado por iniciativa del Ministerio de Cultura del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires. Se trata de un evento que por su amplia trascendencia es reconocido internacionalmente.

Hay muchos jóvenes, casi la mitad con instrumentos musicales. En realidad solo veo los estuches, pero no es difícil distinguir cuando un estuche es de algún instrumento, como una guitarra. La fila que tengo que hacer empieza en la puerta de la sala, escondida al costado derecho de la confitería, baja por la escalera, atraviesa un pasillo y termina en la calle unos metros atrás de la entrada principal. La situación es graciosa y hasta cómica. Mientras hago la cola veo pasar y entrar al cine a los mismos que luego se ponen detrás de mi. Sus caras son de asombro y de risas cómplices. Es de esperarse, esta puerta lateral pasa desapercibida. Similar a la puerta trasera de los cines de los filmes norteamericanos.

La cola avanza y con ella todos, los que aparentan ser músicos y los que no. Como no sé de que se tratará la película, ya que preferí que un amigo me compre la entrada, empiezo a pensar que la película sobre alguna banda o biografía de algún rocker famoso. En tanto la cola avanza se empieza a escuchar entre el murmullo de la gente una voz gruesa “Entrada por favor, gracias, adelante” Cada vez la voz es más fuerte, cuando me doy cuanta de que es mi turno de entregar el ticket, lo entrego y avanzo hacía la sala.

La sala 2 sigue la temática de todo el cine, los espacios son pequeños y bien aprovechados. Predomina el color bordo, tanto en las cortinas como en la alfombre del piso. Me siento en el medio, en la quinta fila mientras los instrumentos con sus dueños empiezan a colmar la sala y en tres minutos esta se llena. Ya pasaron 20 minutos de las doce. Las luces se apagan y empieza la película, acá no entra ni una flauta más.

El film narra la historia de Glen Hansard (cantante de la banda The Frames) que interpreta a un cantante y compositor que trabaja en la tienda con su padre reparando electrodomésticos. En sus ratos libres se dedica a interpretar canciones en las calles de Dublin, Irlanda del Norte. De noche es cuando él aprovecha para exponer su repertorio, letras que usualmente refieren a la manera en que su novia lo dejó. Glen conoce a Marketa Irglova, quien interpreta a una inmigrante checa que vende flores en la misma peatonal en la que el interpreta su música. Se hacen amigos y al tiempo se dan cuenta de que ambos sufren por sus fracasos amorosos. Improvisando descubren que tienen bastante en común y juntos intentan grabar para entrar al mundo profesional de la música.

Nadie se mueve hasta que la película termina. Al momento de los créditos se prenden las luces. Muchos se miran, como no entendiendo el porque del final. Este no es de los más “lindos” y esperables. Quien iba a esperar que las cosas entre Marketa y Glen terminen de esa manera.

La película fue muy verosímil, sus personajes no eran prototipos de belleza, ellos eran músicos con sueños. En Once hay química, ternura, y deseo. Hay un algo que te hace mantenerte concentrado a la pantalla, que te hace pensar, te acelera la respiración y en algún momento hasta te roba una lagrima.

Al salir de la sala se respira un aire algo agradable, es como si el film nos hubiese cargado de energías positivas a todos con la justa mezcla de tristeza, sueños, solidaridad, realidad y amor. Todos nos vamos contentos, al menos así parece, algunos hablando entre si del final y otros en silencio, pero todos mostrando conformidad en el rostro.

Mi reloj marca la 1 pasada, camino a la parada del 24 no sé porque recuerdo el titulo de aquel afiche (“Once ¿Cuantas veces encuentras al amor de tu vida?”). En otro momento seguro que lo hubiese ignorado, me hubiese parecido demasiado cargado de palabras melosas, pero me quedo pensando... Pensando en que nada esta escrito, en que no todo esta perdido, en que quizás al llegar le robe un perdón.

Sobre la avenida Corrientes todo sigue igual. La gente sigue a las apuradas, los autos corren sus carreras y el ambiente que antes se respiraba es otro, o mejor dicho el de siempre.


martes, 22 de abril de 2008

La naturaleza no es muda

Esta nota me pareció llamativa y la quise compartir con ustedes. La divido en dos partes asi no sea tan pesada de leer.

Eduardo Galeano
Brecha

El mundo pinta naturalezas muertas, sucumben los bosques naturales, se derriten los polos, el aire se hace irrespirable y el agua intomable, se plastifican las flores y la comida, y el cielo y la tierra se vuelven locos de remate.

Y mientras todo esto ocurre, un país latinoamericano, Ecuador, está discutiendo una nueva Constitución. Y en esa Constitución se abre la posibilidad de reconocer, por primera vez en la historia universal, los derechos de la naturaleza.

La naturaleza tiene mucho que decir, y ya va siendo hora de que nosotros, sus hijos, no sigamos haciéndonos los sordos. Y quizás hasta Dios escuche la llamada que suena desde este país andino, y agregue el undécimo mandamiento que se le había olvidado en las instrucciones que nos dio desde el monte Sinaí: “Amarás a la naturaleza, de la que formas parte”.

Un objeto que quiere ser sujeto

Durante miles de años, casi toda la gente tuvo el derecho de no tener derechos.

En los hechos, no son pocos los que siguen sin derechos, pero al menos se reconoce, ahora, el derecho de tenerlos; y eso es bastante más que un gesto de caridad de los amos del mundo para consuelo de sus siervos.

¿Y la naturaleza? En cierto modo, se podría decir, los derechos humanos abarcan a la naturaleza, porque ella no es una tarjeta postal para ser mirada desde afuera; pero bien sabe la naturaleza que hasta las mejores leyes humanas la tratan como objeto de propiedad, y nunca como sujeto de derecho.

Reducida a mera fuente de recursos naturales y buenos negocios, ella puede ser legalmente malherida, y hasta exterminada, sin que se escuchen sus quejas y sin que las normas jurídicas impidan la impunidad de sus criminales. A lo sumo, en el mejor de los casos, son las víctimas humanas quienes pueden exigir una indemnización más o menos simbólica, y eso siempre después de que el daño se ha hecho, pero las leyes no evitan ni detienen los atentados contra la tierra, el agua o el aire.

Suena raro, ¿no? Esto de que la naturaleza tenga derechos... Una locura. ¡Como si la naturaleza fuera persona! En cambio, suena de lo más normal que las grandes empresas de Estados Unidos disfruten de derechos humanos. En 1886, la Suprema Corte de Estados Unidos, modelo de la justicia universal, extendió los derechos humanos a las corporaciones privadas. La ley les reconoció los mismos derechos que a las personas, derecho a la vida, a la libre expresión, a la privacidad y a todo lo demás, como si las empresas respiraran. Más de 120 años han pasado y así sigue siendo. A nadie le llama la atención.


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